El sistema Solar es como un pastelito criollo de vastas proporciones, donde la masa hojaldrada grafica el soporte cósmico que contiene los cuerpos celestes -representados por granas de colores- y un almíbar que satura el resto de la superficie, a modo de polvo espacial.

A medida que éste se enfría con el tiempo, se consume de afuera hacia adentro, desbastanto los extremos más fríos y alejados hasta alcanzar el núcleo de la organización planetaria o estrella principal: un relleno de membrillo a temperaturas excepcionales, con la capacidad única de autoregenerar su calor por medio de combustiones internas, al cual llamamos Sol, siendo éste el último en enfriarse y desaparecer.

Siguiendo esta línea de pensamientos, podríamos concluir que el universo no es más que un rejunte de ingredientes mezclados y amasados que -por fenómenos de índole físicos- resultan en una masa homogénea, la cual dependiendo de su cocción y decorado, se obtiene la disposición y constitución aleatoria de los distintos elementos astonómicos que conocemos actualmente.

Majestuosos, sublimes, imponentes, excelsos.
Y encima, ricos.

Agur.